64. WILLIAM OSPINA-COSAS QUE PARECEN CUENTOS
WILLIAM
OSPINA-LYFE STILE
PARECEN COSAS QUE SOLO OCURREN EN LOS
CUENTOS. Tener que
quedarse forzosamente en casa, volver a alternar con los hijos, trabajar a
distancia, consumir apenas lo indispensable, tratar de tener reservas de las
cosas más básicas, querer respirar aire puro, esquivar las aglomeraciones,
temer los contactos. Que de pronto se cierren las escuelas, se clausure el
comercio, se cancelen los espectáculos, se paralicen las fábricas. Que de un
momento a otro las economías se hundan, las monedas colapsen, los transportes
se interrumpan, ¿qué nos dice la Tierra con todo esto?
Cuando se presentó la última gran
pandemia, la de la gripe española de 1918, no se le experimentó de la misma
manera. Era un hecho planetario, pero había que vivirla como un hecho local en
todas partes. Ahora, por primera vez, sentimos que nos está ocurriendo lo mismo
en el planeta entero. Esta sociedad ultrainformada y ultraglobalizada nos está
brindando esa experiencia nueva de compartir la curiosidad, el miedo y la
fragilidad de toda la humanidad, nos está haciendo comportar como especie.
Es extraño sentir por primera vez
(porque antes fue distinto, y lo vivieron otros) que el tejido de la
civilización se conmueve y parece vacilar. Casi nos alcanza el recuerdo de esos
viejos oráculos que descifraban señales en el vuelo de las aves, mensajes en
los hechos de la naturaleza y en las tragedias de la historia. Ya nada parece
azaroso, ni siquiera las formas de las nubes, y al fin se nos revela cuán
conectados estamos, de qué manera asombrosa está entretejido este mundo.
Entonces cada uno de nosotros se pregunta cuál es el mensaje.
¿Que somos muchos ya? ¿Que devorar
animales es dañino? ¿Que la mayor parte de los afanes del mundo son vanos? ¿Que
la lentitud y la soledad son preferibles? ¿Que las ciudades, más allá de
ciertos límites civilizados, son un error y una trampa? ¿Que el modelo
económico en que vivimos no solo es desigual e injusto, sino absurdo y
asombrosamente frágil? ¿Que las corporaciones pueden derrumbarse con la misma
facilidad que los seres humanos? ¿Que lo que llamamos el poder es una brizna de
hierba al viento de la historia? ¿Que así como Ricardo al final estaba
dispuesto a cambiar su reino por un caballo, hay un momento en que cambiaríamos
todas nuestras riquezas por un poco de aire puro en los pulmones, por un sorbo
de agua en la garganta?
Todo viene a recordarnos que podemos
vivir sin aviones, pero no sin oxígeno. Que los que más trabajan por la vida y
por el mundo no son los gobiernos, sino los árboles. Que la felicidad es la
salud, como quería Schopenhauer. Que, como dijo un latino, la religión no es
arrodillarse, rezar y suplicar, sino mirarlo todo con un alma tranquila. Que si
los humanos trabajamos día y noche por enrarecer la vida, por intoxicar el
aire, por arrinconar al resto de los vivientes, por alterar los ritmos de la
naturaleza, por destruir su equilibrio, el mundo tiene un saber más antiguo, un
sistema de climas que se complementan, de vientos que arrasan, de catástrofes
compensatorias, de silencios forzosos, de quietudes obligatorias, ejércitos
invisibles que trazan líneas rojas, neutralizan los daños, controlan los
excesos, imponen la moderación y equilibran la tierra.
Después de siglos de atesorar nuestro
conocimiento, de valorar nuestro talento, de venerar nuestra audacia, de adorar
nuestra fuerza, llega la hora en que también nos toca ponderar nuestra
fragilidad, estimar nuestro asombro, respetar nuestro miedo.
También hay algo poético en el miedo:
nos enseña los límites de la fuerza, el alcance de la audacia, el valor
verdadero de nuestros méritos. Como el mar, sabe decirnos dónde hay algo que
nos supera. Como la gravedad, nos muestra qué poderes están sobre nosotros.
Como la muerte y como el cuerpo mismo, nos dice qué mandatos no podemos violar,
qué no está permitido, qué frontera es sagrada. Y no lo hace con admoniciones
ni discursos ni amenazas, sino con un lenguaje sin palabras, eficiente y sutil
como un oráculo, que obra “sin lástima y sin ira”, como dijo un poeta, y que es
luminoso e inflexible, como una llama.
Pero si el miedo es una reacción ante
las amenazas del mundo, la angustia es una reacción ante las amenazas de la
mente y de la imaginación. Hace evidente el misterio del mundo, aviva la
memoria y sus fantasmas, revela la eficacia de lo invisible, el poder de lo
desconocido.
Dicen que lo que no nos destruye nos
hace más fuertes. Esa inminencia del desastre pone también un toque de magia
aciaga en lo que parecía controlado, un sabor de alucinación en los días,
suelta una ráfaga de locura sobre todo lo establecido, un destello de Dios en
la prosa del mundo.
Y sentimos que hay algo que aprender de
estas alarmas y peligros. Si todo lo más firme se conmociona, nos enseñan que
todo puede cambiar, y no necesariamente para mal. Que si la tormenta lo
estremece todo, nosotros también podemos ser la tormenta. Y que en el corazón
de las tormentas también puede haber, como decía Chesterton, no una furia, sino
un sentimiento y una idea.
En esa pausa de paciencia y de miedo
ganan nuevo sentido las meditaciones de Hamlet y los delirios de don Quijote,
los consejos de Cristo y las preguntas de Sócrates, los sueños de Scheherezada
y la embriaguez de Omar Kayam. Si hay un mundo cansado y enfermo que cruje y se
derrumba, tiene que haber un mundo nuevo que se gesta y que nos desafía.
Queremos de pronto decir como Barba
Jacob: “¡Dadme
vino y llenemos de gritos las montañas!”. Queremos decir, como
Nietzsche: “Y que
todos los días en que no hayamos danzado por lo menos una vez se pierdan para
nosotros, y que nos parezca falsa toda verdad que no traiga consigo cuando
menos una alegría”
William Ospina
William
Ospina Buitrago, Colombia, 1954. Ganó el premio Rómulo Gallegos con su novela
El país de la canela,
Te
dejamos una frase de la novela que forma parte de una trilogía sobre la
conquista de América.
"Tantos hombres de España, tantos indios, tantas llamas,
tantos perros, tantos cerdos subiendo por esas pendientes de viento helado,
yendo a rendir tributo a unos dioses desconocidos, tanta gente dispuesta a
morir por un cuento, por un rumor, ahora me alarman, porque esa expedición sólo
a medias era la búsqueda de un tesoro. Era sobre todo la prueba de una
credulidad desmedida, una sonámbula procesión de creyentes yendo a buscar un
bosque mágico, un ritual corroído por la codicia, espoleado por la
impaciencia".
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