60. APOLOGÍA DEL SAMÁN. RAFAEL MARÍA BARALT
Rafael María Baralt
historiador, periodista, escritor y poeta Venezolano
En los consejos dados a su hermano
Lorenzo, Ramos Sucre le aconsejaba utilizar el diccionario de Baralt, escribir
con precisión, aprender el significado de las palabras y ser preciso en lo que
se quiere comunicar, no colocar demasiados adjetivos...
APOLOGÍA DEL SAMÁN.
Rafael María Baralt.
Celador diligente de los Tesoros y
ritualidad de la Lengua
Innumerables personas ignoran el origen,
la historia y aun la actual existencia del Árbol del Buen Pastor. Si pudiera
hablar este hechicero monumento rústico tan digno de atención y alabanza, este
característico árbol, este umbroso Samán RAFAEL MARIA. BÁRALT 13 de Catuche,
hoy dicho de la Trinidad, con algo más de la sesquicentena de años a cuestas,
lejos de ufano y sonriente, clamaría lastimero, lanzara saludos, bendiciones y
ayes hacia su ancianísimo y venerable progenitor, el titánico encino patriarcal
de Güere, que, si musgoso y enfermo, ostenta aún salud para prolijos tiempos,
rodeado de hijos menores, y entusiasta recuerda que gloriosa "su copa
velaba el sueño heroico de los libertadores " como lo estampó el
serenísimo aedo aragüeño Sergio Medina. Consolando al prócer vetusto de
Maracay, diríale el ya adulto, añoso, de Catuche, cómo le arrancó de su lado el
santo Pastor Cecilio para encomendarlo, monje solitario, a Caracas, e
instituyéndole libre y dueño en la que era agreste verdecida barranquita, a la
falda de un precioso riachuelo por entonces de linfas sin mancilla. Contaríale
que el Pastor lo mimaba con esmero cariñoso, que a menudo venía a sentarse a su
vera pintoresca, a departir sobre religión, historia y letras en armonía con
inteligentes amigos; y el concurso gozaba viéndole a él crecer, al poder de una
voluntad soberana y bendita, "grande y hermoso, como los hijos de las
selvas, modesto como todo lo que es hermoso y grande. .. fuerte, erguido,
feliz, cual si le hubiera conservado una madre" (1). —Pero ahora
—agregaría quejoso y doliente— ahora nadie me asiste, nadie me aprecia, nadie
me agasaja; otros hánse aprovechado de mi legítima heredad, que han convertido
en basural, y pues no pueden desalojarme, sacrílegos, tiénenme preso,
aherrojado, casi ahogado; el desamor llega a no procurarme abono alguno o riego
en alimento, antes quieren verme pronto menoscabado y sequizo, mediante cálidos
humos y emanaciones nocivas procedentes de máquinas pues- (1) Tal cual lo
relato, así aprendílo en mi colegio: el joven seminarista, al regreso de uno de
sus viajes a Gülgüe, lugar de su nacimiento, hizo sacar en vilo el ya crecido,
gracioso y bien proporcionado retoño del Viejo Güere; y en llegando a Caracas,
aprestóse a plantarlo en el mencionado sitio.—Sin embargo, otra versión
recogida por José Eustaquio Machado en su erudito y bien nutrido libro "El
Día Histórico", (pág. 94), atribuye al descollado árbol una antigüedad
ahora excedente a los dos siglos, pues asienta con visos de seriedad ser de
tradición que en 1753 lo sembró Juan Domingo Infante, aquel piadoso liberto que
empleó gran porción de su peculio en construir la primer Capilla de la Trinidad
(hoy Panteón) y el primer puente cercano sobre el Catuche.—Si ello fuere lo
cierto, con todo quedaríale al Padre Ávila primero, la gloria de haber comprado
el terreno y dedicárselo al Samán, cuyo fue siempre custodio y protector contra
los torpes intentos de los leñadores; y luego, la muy más preciada de mantener
allí un como Jardín de Academo de gratísima celebridad en el recinto de
nuestras Letras, y a las sesiones del cual acudían diligentes figuras
enaltecedoras, como Bolívar, Bello, los Ustáriz, los hijos del Marqués del
Toro, algunos otros civiles, profesores, sacerdotes y aun aventajados
estudiantes. 14 J . M. NUÑE Z PONT E tas dentro de mi dominio. Hasta han
logrado alejar de mis raíces el caudal del claro y próvido arroyo de otros
días, aquel cristalino surtidor de Caracas en el acueducto, obra del
progresista obispo González de Acuña, y de cuyo depósito conservase aún el
recuerdo en la esquina nombrada Caja de Agua. Y no sé por qué, sin sospechar
siquiera algún futuro trágico, construyen ambiciosa y locamente suntuosos
edificios en las inmediaciones de su trayecto y aun se me informa que sobre su
cauce mismo, hoy inmundo y putrefacto, por donde arrastra las horruras de gran
parte de la población norteña de la urbe. —En cambio, siempre generoso, yo a
ninguno le niego cuanto me otorga la munífica madre Naturaleza; correspondo al
mal con el bien que me es posible; a todos prodigóles mi benéfica sombra; en
mis ramas alójanse pajarillos canoros que celebran-con sus gorjeos divertidas
serenatas, plácidas a las multitudes; las cocas con sus sones melancólicos y
las comunes chicharras, mientras arrecia el verano, aguda y ruidosamente
chillan anunciando la proximidad de las lluvias; finalmente, en cada primavera
deléitanse las miradas de los moradores vecinos y de los transeúntes al
sorprender mi copa, semejante a un inmenso desplegado parasol, a una amplia
cúpula artísticamente adornada con la magnética atracción de mis infinitas
umbelas rosáceas, cuán fragantes y miríficas. Tal el árbol, no obstante la
adversa suerte y la enemiga humana, hoy frondoso, robusto, bizarro en lo
posible, consagrado en el amor conjunto de la sociedad y del pueblo, por cuya
causa libre y vida esbelta debemos abogar sin tregua los caraqueños, y que
Baralt quisiera eternizar en estas sentidas afectuosísimas apostrofes:
"¡Vivas mil años y otros mil, encina bella, y conceda el cielo verdor eterno
a tus hojas, dichosa libertad al pajarillo que forme su nido en tu ramaje,
céfiros blandos a tu copa hermosa, fresca lluvia y tierra amiga a tus raíces!
¡Jamás el cierzo y el ábrego sañudos te marchiten, ni traidor gusano te deseque
royéndote el corazón!"
Rafael María Baralt
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